miércoles, 6 de mayo de 2015

CANCION SOBRE EL PUEBLO OBRERO DESPROTEGIDO

                 MIRO QUE MIRA LA GENTE MAS NO LO PUEDO ENTENDER
MIRO QUE HAY HOMBRES LUCHANDO CON HAMBRE FRIO Y SED
MIRO QUE MIRA LA GENTE Y NO LO PUEDO ENTENDER…….
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CUAL SI NADA PASARA EL PUEBLO PASA MIRA NO VE.
repite
LEVANTA TU MANO HERMANO QUE ES LA HORA DE RECLAMAR
REBIENTA YA LAS CADENAS QUE TE HAN QUITADO LA LIBERTAD
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DESIDE QUE AUN HAY TIEMPO DEJA LAMENTO  Y PONTE A LUCHAR
SE QUE QUISAS MANANA EN CUAL QUIER ESQUINA GRITARA
MIS PALABRAS CANSADAS  BAJO LA LLUVIA HAN DE ESCUCHAR
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MIENTRAS LLEGUE ESE DIA  EL PUEBLO MISMO CONOCERA
QUE TENGO LOS PIES CANSADOS LAS GANAS TRISTES CAMINAR
 REMOTA LAS ESPERANZAS DESNUDA EL ALMA Y LA SOLEDAD
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TENGO UN LLANTO PERDIDO UNA CALMA  AJENA QUE RESCATAR
LA SENCILLES DE UN HOMBRE QUE CAMBIO TODO POR LA VERDAD
repite<<<<<<<<<<<>>>>>>>>>>>>>>>
MIENTRAS LLEGUE ESE DIA EL PUEBLO MISMO CONOCERA
QUE TENGO LOS PIES CANSADO LAS GANAS TRISTES DE CAMINAR

REMOTA LAS ESPERANZAS DESNUDA EL ALMA LA SOLEDA

LA ANTORCHA DE LA VIDA (Discurso)

Después de todo el Sindicalismo no está tan distante de nuestro entorno vital, como solíamos creer.
La “asociación y hermandad de los trabajadores”, esa idea hermosa y corporizada,  conocida desde hace más de dos centurias bajo el nombre religante de sindicato, nacida, como tenía que ser, en los albores primigenios del capitalismo, durante las más denodadas batallas obreras, épicas, libradas por nuestros valientes ancestros, continúa existiendo y reproduciéndose, como un organismo vivo.
Aunque a primera vista a nosotros los jóvenes y la mayoría de ciudadanos el vocablo “sindicalismo” nos parezca equidistante, desconocido y frío, exclusivo a una demografía obrera diminuta (el 4% de los trabajadores colombianos), en fin, una palabra extraña a nuestra propia realidad nacional, barrial y urbana, individual, no obstante, me atrevo a creer el sindicalismo sigue estando presente, de modo cuasi  omnipresente, en la vida real y en los corazones del pueblo trabajador de Bogotá, en las gentes del común que co-habitan las casi  veinte dos localidades capitalinas, sus enigmáticas callejuelas y barrios, que hoy se contabilizan en más de cinco mil. Una ciudad que está cargada, como todos sabemos (por tradición oral, educación brindada, como la de este enriquecedor Seminario y las vivencias personales de cada uno), de majestuosas historias, silenciosas y colectivas, libradas por nuestra clase; Bogotá es una ciudad cargada de sudor y luchas, de vida misma.
Además de nuestra ciudad Bogotá, en la que por fuerzas del azar y la causalidad histórica habitamos en el presente más de ocho millones de personas, lo mismo podríamos decir de cualquier hábitat social del planeta tierra: en cualquier lugar donde residan obreros, estará presente la viva palabra “Sindicalismo”, en sus innumerables traducciones lingüísticas.
Por esta razón, evocar a la palabra “sindicalismo” en cualquier sitio o ciudad, en Bogotá, Hong Kong, Ciudad del Cabo o Nueva York, es evocar, aunque no lo crean,  el ciclo vital, los sueños materiales y sentimientos humanos de individuos laboriosos de carne y hueso, que agrupados, constituyen hoy por hoy, en el nuevo milenio, la inmensa mayoría social de nuestra especie. De ahí la vitalidad del sindicalismo, que esté vivo.
El sindicalismo colombiano y bogotano no nació por la fuerza creadora de la Ley y el Gobierno patronal, ni siquiera de la voluntad y “el paso dado” por algunos cuantos asalariados avezados y berracos, congregados en fábricas y barriadas, que finalmente decidieron asociaciarse y organizarse colectivamente, para defender sus derechos, pasándose a llamar “afiliados”. A mi juicio, esa no parecer la raíz de donde brotó el inmenso árbol ramificado de los Trade Unions.
Más bien me atrevo a pensar que el Sindicalismo se originó, nació y se desarrolló, además de que permanecerá vivo en las urbes del mundo, hasta el final de los tiempos agónicos del monstruo del capitalismo, allí donde haya el más tenue decibel sonoro, a veces mudo, en otras palabras, allí, en cualquier lugar donde halla la más mínima muestra y señal de descontento social.
No es la legislación gubernamental, la asociación colectiva ni la condición de afiliados, la que hace al Sindicalismo ser y estar, sino que es el descontento de la sociedad asalariada la que posibilita su vida, su vigorosidad, su aliciente. Es un descontento, casi un eufemismo, que remite de una “lucha” que en la vieja mitología podríamos llamar metafóricamente una “batalla de dioses y gigantes”, pero que en la vida real de Colombia, Bogotá y el mundo, llamamos una “lucha entre clases sociales”. El sindicalismo es entonces la llama viva del descontento social, de la lucha de clases.
Este descontento social al que me refiero, tiene la característica de ser corporizado, de ser a la vez individual y colectivo, de ser una inconformidad cualitativa que en muchos casos no es captado en toda su riqueza por las frías estadísticas cuantitativas y papers académicos, en los informes científicos de la OIT y la burocracia sindical. Me explico. Este descontento humano es un descontento particular, propio de una clase obrera personalizada y territoralizada, más que cualquier abstracción por el estilo; dicho de otro modo, para los materialistas, se trata de un descontento de una clase social con rostro individual, residente situacionalmente en una “aldea global”  o una geografía, espacio tiempo específico, en nuestro caso, en la Ciudad del Distrito Capital.
Imaginémonos por un instante, los “rostros e historias de vida”, donde este descontento social reside, en nuestra ciudad capital: Carlos, el joven herrero, maldice el calor de las máquinas y el horno de la caldera y no ve la hora de irse emborracharse a punta de Águila, con su grupo de amigos en la mítica esquina de Fontibón; reside en Rosa Cecilia, madre tejedora, de San Victorino la cual añora ver a su hijito después de terminar su jornada a las 6 de la tarde; yace allí en Andrés, un padre soldador de la Zona Industrial que trabaja incesantemente para asegurar la manutención de sus hijos queridos, ¿por qué no?, permanece como una “llama” allí donde donde la maestra Paola imparte clases en un Colegio de Kennedy y sueña con futuro mejor, para ella misma y para las nuevas generaciones.
El sindicalismo es una llama viva que está omnipresente en nuestra ciudad, en nuestro territorio, en todas las profesiones asalariadas, aunque a veces parezca marginal y en el peor de los casos, invisible, ausente. El sindicalismo está presente como idea corporizada, primigenia y en potencia, en las condiciones de vida de Carlos, Rosa, Andrés y Paula, los cuales son trabajadores tercerizados y precarizados, uno de ellos estable, pero lo común a todos es que ninguno de ellos esté sindicalizado.
El sindicalismo en Colombia no ha muerto, a pesar de los 4.000 héroes caídos en estos 25 años. El Sindicalismo colombiano y bogotano viven, más necesitan saber capitalizar creativamente, a su favor esa llama viva llamada “descontento social”. En este orden de ideas, son valiosas las propuestas que han salido de este Seminario: crear Sindicatos de in-estables, organizar Comités obreros de fábricas, articular los sindicatos con los demás movimientos sociales y los “desindicalizados”, crear nuevas formas de organización de los trabajadores, que respondan al campo de batalla neoliberal, que nos tocó vivir.
Por todo lo dicho aquí, mis preciados compañeros sindicalistas, trabajadores, estudiantes y jóvenes, asistentes al “V Seminario de Derechos Laborales y sindicales – por vida digna de las y los trabajadores de Bogotá”, es que tercamente sostengo ante este auditorio de la CUT, que el Sindicalismo está más vivo que nunca. Esa es la idea-imagen que aprendí y que les quería transmitir esta tarde de hoy, a riesgo de parecer una perogrullada o un sin sentido.
Para culminar mi discurso, quería decirles que depende de cada uno de ustedes, queridos asistentes, que la llama aurífera del descontento social que se está cultivando en los cuerpos de los trabajadores de la vieja Bacatá, alcancen proporciones inimaginables en el largo sendero del posconflicto por el que transitará Colombia, pueda ser aprovechada para luchar por una una mayor tasa de crecimiento sindical, con mayores organizaciones democráticas sindicales, de carácter clasista, presentes en las empresas y barrios, esparcidas en los centros productivos del país y los territorios de la ciudad bogotana.
Pero no sólo eso.
Las “llamaradas capitalinas” del descontento social, esta monumental antorcha “olímpica” de la vida, cada vez más poderosa y flameante, esta inconformidad que acabé de mostrarles y que ustedes se alcanzaron a imaginar, la cual que está presente en todos los países y ciudades, incluidos este recinto, dan para muestro más, dan para ser más ambiciosas, dan para realizar mancomunadamente el sueño político, proyecto colectivo y la misión histórica a la que está llamada la clase obrera contemporánea: la lucha por la Revolución Colombiana, obrera y socialista, con alcances y proporciones mundiales junto a nuestros hermanos asalariados de más de 148 países y 5 continentes hermanos, en estos tiempos convulsionados del siglo XXI, así como en el resto de días que le quedan por vivir a la civilización humana.
Dicho esto, no me queda más por decir que lo siguiente: Que siga ardiendo la antorcha de la vida. Gracias.
Sergio Chaparro,

28 de octubre de 2014