LECTURAS
martes, 24 de mayo de 2016
viernes, 29 de mayo de 2015
miércoles, 6 de mayo de 2015
CANCION SOBRE EL PUEBLO OBRERO DESPROTEGIDO
MIRO QUE MIRA LA GENTE MAS NO LO PUEDO
ENTENDER
MIRO QUE HAY
HOMBRES LUCHANDO CON HAMBRE FRIO Y SED
MIRO QUE
MIRA LA GENTE Y NO LO PUEDO ENTENDER…….
,<<<<<<<<<<<>>>>>>>>>>>>>>>
CUAL SI NADA
PASARA EL PUEBLO PASA MIRA NO VE.
repite
LEVANTA TU
MANO HERMANO QUE ES LA HORA DE RECLAMAR
REBIENTA YA
LAS CADENAS QUE TE HAN QUITADO LA LIBERTAD
<<<<<<<<<<<>>>>>>>>>>>>>>>
DESIDE QUE
AUN HAY TIEMPO DEJA LAMENTO Y PONTE A
LUCHAR
SE QUE
QUISAS MANANA EN CUAL QUIER ESQUINA GRITARA
MIS PALABRAS
CANSADAS BAJO LA LLUVIA HAN DE ESCUCHAR
<<<<<<<<<<<<<<>>>>>>>>>>>>>>
MIENTRAS
LLEGUE ESE DIA EL PUEBLO MISMO CONOCERA
QUE TENGO
LOS PIES CANSADOS LAS GANAS TRISTES CAMINAR
REMOTA LAS ESPERANZAS DESNUDA EL ALMA Y LA
SOLEDAD
<<<<<<<<<<<<<>>>>>>>>>>>>>>>>>>
TENGO UN
LLANTO PERDIDO UNA CALMA AJENA QUE
RESCATAR
LA SENCILLES
DE UN HOMBRE QUE CAMBIO TODO POR LA VERDAD
repite<<<<<<<<<<<>>>>>>>>>>>>>>>
MIENTRAS
LLEGUE ESE DIA EL PUEBLO MISMO CONOCERA
QUE TENGO
LOS PIES CANSADO LAS GANAS TRISTES DE CAMINAR
REMOTA LAS
ESPERANZAS DESNUDA EL ALMA LA SOLEDA
LA ANTORCHA DE LA VIDA (Discurso)
Después de
todo el Sindicalismo no está tan distante de nuestro entorno vital, como solíamos
creer.
La “asociación
y hermandad de los trabajadores”, esa idea hermosa y corporizada, conocida desde hace más de dos centurias bajo
el nombre religante de sindicato, nacida,
como tenía que ser, en los albores primigenios del capitalismo, durante las más
denodadas batallas obreras, épicas, libradas por nuestros valientes ancestros,
continúa existiendo y reproduciéndose, como un organismo vivo.
Aunque a
primera vista a nosotros los jóvenes y la mayoría de ciudadanos el vocablo
“sindicalismo” nos parezca equidistante, desconocido y frío, exclusivo a una
demografía obrera diminuta (el 4% de los trabajadores colombianos), en fin, una
palabra extraña a nuestra propia realidad nacional, barrial y urbana, individual,
no obstante, me atrevo a creer el sindicalismo sigue estando presente, de modo
cuasi omnipresente, en la vida real y en
los corazones del pueblo trabajador de Bogotá, en las gentes del común que co-habitan
las casi veinte dos localidades
capitalinas, sus enigmáticas callejuelas y barrios, que hoy se contabilizan en
más de cinco mil. Una ciudad que está cargada, como todos sabemos (por
tradición oral, educación brindada, como la de este enriquecedor Seminario y las
vivencias personales de cada uno), de majestuosas historias, silenciosas y
colectivas, libradas por nuestra clase; Bogotá es una ciudad cargada de sudor y
luchas, de vida misma.
Además de
nuestra ciudad Bogotá, en la que por fuerzas del azar y la causalidad histórica
habitamos en el presente más de ocho millones de personas, lo mismo podríamos
decir de cualquier hábitat social del planeta tierra: en cualquier lugar donde residan
obreros, estará presente la viva palabra “Sindicalismo”, en sus innumerables
traducciones lingüísticas.
Por esta
razón, evocar a la palabra “sindicalismo” en cualquier sitio o ciudad, en
Bogotá, Hong Kong, Ciudad del Cabo o Nueva York, es evocar, aunque no lo crean,
el ciclo vital, los sueños materiales y
sentimientos humanos de individuos laboriosos de carne y hueso, que agrupados,
constituyen hoy por hoy, en el nuevo milenio, la inmensa mayoría social de
nuestra especie. De ahí la vitalidad del sindicalismo, que esté vivo.
El
sindicalismo colombiano y bogotano no nació por la fuerza creadora de la Ley y
el Gobierno patronal, ni siquiera de la voluntad y “el paso dado” por algunos
cuantos asalariados avezados y berracos, congregados en fábricas y barriadas,
que finalmente decidieron asociaciarse y organizarse colectivamente, para
defender sus derechos, pasándose a llamar “afiliados”. A mi juicio, esa no parecer
la raíz de donde brotó el inmenso árbol ramificado de los Trade Unions.
Más bien me
atrevo a pensar que el Sindicalismo se originó, nació y se desarrolló, además de
que permanecerá vivo en las urbes del mundo, hasta el final de los tiempos
agónicos del monstruo del capitalismo, allí donde haya el más tenue decibel sonoro,
a veces mudo, en otras palabras, allí, en cualquier lugar donde halla la más
mínima muestra y señal de descontento
social.
No es la
legislación gubernamental, la asociación colectiva ni la condición de
afiliados, la que hace al Sindicalismo ser y estar, sino que es el descontento
de la sociedad asalariada la que posibilita su vida, su vigorosidad, su
aliciente. Es un descontento, casi un eufemismo, que remite de una “lucha” que
en la vieja mitología podríamos llamar metafóricamente una “batalla de dioses y
gigantes”, pero que en la vida real de Colombia, Bogotá y el mundo, llamamos
una “lucha entre clases sociales”. El sindicalismo es entonces la llama viva
del descontento social, de la lucha de clases.
Este descontento
social al que me refiero, tiene la característica de ser corporizado, de ser a
la vez individual y colectivo, de ser una inconformidad cualitativa que en
muchos casos no es captado en toda su riqueza por las frías estadísticas cuantitativas
y papers académicos, en los informes científicos de la OIT y la burocracia
sindical. Me explico. Este descontento humano es un descontento particular, propio
de una clase obrera personalizada y territoralizada, más que cualquier
abstracción por el estilo; dicho de otro modo, para los materialistas, se trata
de un descontento de una clase social con rostro individual, residente situacionalmente
en una “aldea global” o una geografía, espacio
tiempo específico, en nuestro caso, en la Ciudad del Distrito Capital.
Imaginémonos
por un instante, los “rostros e historias de vida”, donde este descontento social
reside, en nuestra ciudad capital: Carlos, el joven herrero, maldice el calor
de las máquinas y el horno de la caldera y no ve la hora de irse emborracharse
a punta de Águila, con su grupo de amigos en la mítica esquina de Fontibón; reside
en Rosa Cecilia, madre tejedora, de San Victorino la cual añora ver a su hijito
después de terminar su jornada a las 6 de la tarde; yace allí en Andrés, un padre
soldador de la Zona Industrial que trabaja incesantemente para asegurar la
manutención de sus hijos queridos, ¿por qué no?, permanece como una “llama” allí
donde donde la maestra Paola imparte clases en un Colegio de Kennedy y sueña
con futuro mejor, para ella misma y para las nuevas generaciones.
El
sindicalismo es una llama viva que está omnipresente en nuestra ciudad, en
nuestro territorio, en todas las profesiones asalariadas, aunque a veces parezca
marginal y en el peor de los casos, invisible, ausente. El sindicalismo está
presente como idea corporizada, primigenia y en potencia, en las condiciones de
vida de Carlos, Rosa, Andrés y Paula, los cuales son trabajadores tercerizados
y precarizados, uno de ellos estable, pero lo común a todos es que ninguno de
ellos esté sindicalizado.
El
sindicalismo en Colombia no ha muerto, a pesar de los 4.000 héroes caídos en
estos 25 años. El Sindicalismo colombiano y bogotano viven, más necesitan saber
capitalizar creativamente, a su favor esa llama viva llamada “descontento
social”. En este orden de ideas, son valiosas las propuestas que han salido de
este Seminario: crear Sindicatos de in-estables, organizar Comités obreros de
fábricas, articular los sindicatos con los demás movimientos sociales y los
“desindicalizados”, crear nuevas formas de organización de los trabajadores,
que respondan al campo de batalla neoliberal, que nos tocó vivir.
Por todo lo
dicho aquí, mis preciados compañeros sindicalistas, trabajadores, estudiantes y
jóvenes, asistentes al “V Seminario de
Derechos Laborales y sindicales – por vida digna de las y los trabajadores de
Bogotá”, es que tercamente sostengo ante este auditorio de la CUT, que el
Sindicalismo está más vivo que nunca. Esa es la idea-imagen que aprendí y que les
quería transmitir esta tarde de hoy, a riesgo de parecer una perogrullada o un
sin sentido.
Para
culminar mi discurso, quería decirles que depende de cada uno de ustedes,
queridos asistentes, que la llama aurífera del descontento social que se está cultivando
en los cuerpos de los trabajadores de la vieja Bacatá, alcancen proporciones
inimaginables en el largo sendero del posconflicto por el que transitará
Colombia, pueda ser aprovechada para luchar por una una mayor tasa de
crecimiento sindical, con mayores organizaciones democráticas sindicales, de
carácter clasista, presentes en las empresas y barrios, esparcidas en los
centros productivos del país y los territorios de la ciudad bogotana.
Pero no sólo
eso.
Las “llamaradas
capitalinas” del descontento social, esta monumental antorcha “olímpica” de la vida,
cada vez más poderosa y flameante, esta inconformidad que acabé de mostrarles y
que ustedes se alcanzaron a imaginar, la cual que está presente en todos los
países y ciudades, incluidos este recinto, dan para muestro más, dan para ser
más ambiciosas, dan para realizar mancomunadamente el sueño político, proyecto
colectivo y la misión histórica a la que está llamada la clase obrera
contemporánea: la lucha por la Revolución Colombiana, obrera y socialista, con
alcances y proporciones mundiales junto a nuestros hermanos asalariados de más
de 148 países y 5 continentes hermanos, en estos tiempos convulsionados del
siglo XXI, así como en el resto de días que le quedan por vivir a la
civilización humana.
Dicho esto,
no me queda más por decir que lo siguiente: Que
siga ardiendo la antorcha de la vida. Gracias.
Sergio
Chaparro,
28 de
octubre de 2014
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